Voz Sorda, Chistes II
Esta es la segunda parte de una selección de chistes en Lengua de Signos (LSE), recogidos en Donostia durante el mes de Julio de 2016, como parte del proyecto Voz Sorda, de Jaume Ferrete Vázquez.
Estos chistes pueden entenderse como un discurso que las personas sordas lanzan sobre sí mismas: su relación con la condición sorda, con el mundo oyente, con la escucha, etc.
Más allá de aquello que relatan, los chistes nos muestran características que pueden entenderse como propias de la cultura, el humor o la lengua de las personas sordas que los cuentan.
Por ejemplo, allá donde los chistes oyentes suelen resolverse en un giro o doble sentido, muchos de los aquí recogidos parecen poner el énfasis en el desarrollo de la historia, la caracterización de los personajes y la expresividad y pericia con que todo esto se representa mediante la LSE. Quizá acercando de este modo el chiste al teatro, el mimo o la poesía visual.
El equipo de grabación de estos vídeos lo formaron Raquel Alba Martín como actriz y Carolina Rementeria como intérprete, con la colaboración de David Murguia Asensio.
Además del trabajo de estas personas y el apoyo de DSS2016, el Observatorio de la Escucha y Tabakalera, este proyecto no hubiera sido posible sin la amabilidad de todas las personas sordas y oyentes que nos han prestado su tiempo y testimonio. Así como de la Asociación de Sordos de Gipuzkoa, Manos K Ríen y la Asociación de Familias de Personas Sordas de Gipuzkoa. Muchas gracias.
Los chistes se presentan junto a la transcripción de su interpretación a castellano oral:
Una pareja, un matrimonio sordo, tienen muchas ganas de tener un hijo y están pensando, pensando. Tienen mucho miedo porque les preocupa que quizá el hijo sea sordo, y no quieren, porque se acuerdan de los problemas que han sufrido, de la situación social, y están pensando en cómo hacer. “Qué hacemos”. “No lo sé”. “Bueno, da igual, tengamos el hijo y que sea lo que Dios quiera”. “Vale”.
Ella se queda embarazada, pasan un mes, dos meses, tres meses, cuatro meses. Pasa el tiempo. Llegado el noveno mes rompe aguas, “¡Que viene, que viene! ¡vamos todos!”. Van en coche al hospital. Llegan al hospital en coche y ella no puede más. “Tengo mucho dolor”. El bebé nace y es un bebé pequeñito con los ojitos cerrados, la boquita chiquitina, precioso, parece más bueno… Lo tumban en la cuna y la enfermera les dice, “Bueno, aquí está su bebé, disfruten.”
Se marcha la enfermera y los dos se miran. “Y ahora falta saber si es oyente o si es sordo. ¿Hacemos la prueba”. “Venga vale, ¿y cómo?”. “Mira, he cogido la campanilla”. “Ah, pues déjame”. Mira al bebé, agita la campanilla. “Oh”. La mujer, “Dame a mí, a ver”. Sacude enérgicamente la campana y el bebé sigue plácidamente dormido, chupándose el dedo. Le da más fuerte. “No, seguro que es sordo”. “¡Vaya, qué decepción!”. “Sí, sí”.
Casualmente pasa una enfermera por ahí. “Enfermera, venga un momento”. Se acerca la enfermera, “Dígame”. “Mire es que creemos que el hijo es sordo porque hemos probado agitar la campanilla y no hace nada, sigue dormido”. “Mmm, a ver, déjame la campanilla”. Y al agitarla y acercarla de nuevo a su oreja se da cuenta de que no tiene bolita dentro. “¡Ay, menos mal!”
Esto es un reclutamiento militar y allí acuden todos. Hay un sordo muy motivado, con muchas ganas de aprender, muy fuerte. Los soldados tienen que aprender a utilizar un fusil, lanzar una granada, y todas esas cosas. Y ese día les van a enseñar a lanzar una granada. Están ahí todos contemplando las explicaciones y un soldado le dice al sordo “¿Me entiendes?”. “No”, le responde el sordo. A ver, tú sueltas la anilla, cuentas hasta diez y la lanzas”. Y el sordo: “No. Mira, ¿por qué no haces tú la prueba?”. Y el soldado responde “De acuerdo, pero mírame bien”. “Sí, sí, sí”. “Arrancas la anilla, ¿ves? Uno, dos, tres, cuatro, cinco…”. Sostiene la granada con la boca. “Seis, siete, ocho, nueve, diez”. ¡Bum!
Un hombre muy famoso y muy importante en el mundo, especialmente en el mundo de la discapacidad, muere. Al entierro van muchísimas personas de discapacidades muy diversas. Todos tenían mucho aprecio a esa persona y quieren darle el último adiós. Va mucha mucha gente y hay también una intérprete. Allí está el féretro que van a enterrar. La gente llora, está triste, lanza flores sobre el féretro. Otro hombre también lanza flores.
Un ciego: “Este hombre era muy importante para mí, así que en agradecimiento quiero que entierren mi bastón con él”. Lanza el bastón sobre el féretro y se marcha. Todos miran su buen gesto, sorprendidos. Otro discapacitado, en este caso un hombre en silla de ruedas, se acerca, contempla el féretro y dice: “Yo también quiero darle algo en agradecimiento”. Se baja de la silla, la tira y cae sobre el féretro. Todos miran el féretro. Se va arrastrándose, se va.
Llega otro, un sordo. Se queda mirando, “Yo también quiero darle algo en agradecimiento. Mmm…”. Sonríe, coge a la intérprete que estaba interpretando el evento y la lanza. “¡Aaahhh!”.
Esto es una estación de tren. Llega el tren, abre las puertas. Entra un cubano y se sienta. Llega también un ruso, se sienta a su lado. Y en frente de ambos, una persona sorda. El tren arranca con los tres en el vagón.
El cubano se enciende un puro muy bueno, de altísima calidad, con un aroma impresionante. Se va consumiendo el puro. Abre la ventana y lo lanza. El sordo alucinado, ojiplático, “¡Pero tienes que terminártelo!”. El cubano le responde: “¡Tranquilo!, si tengo muchísimos en casa”. Y el sordo, “Ah, vale”. Se queda callado. Entonces el ruso que estaba a su lado, saca una petaca, la abre y empieza a beber vodka. Da un trago, otro, otro. Ya no puede más. Así que, baja la ventana y la lanza. El sordo otra vez, “¿Pero qué haces? Con lo caro que es”. El ruso se ríe, “Tranquilo, hombre, si yo tengo suficiente en casa, botellas y botellas. Me sobran”. Y el sordo, “Bueno”. Pasa el tiempo y aparece el revisor. “A ver”, le dice al cubano. Ahora donde el ruso, “A ver”. Les pica el billete a ambos. El sordo le mira, abre la ventana y lanza al revisor por ella. El ruso y el cubano, alucinando, le dicen, “¿Pero qué haces, estás tonto?”. Y el sordo, “Nah, no pasa nada. Tranquilos! En el mundo sobran los oyentes.
Un hombre sordo, con txapela, vive muy lejos en la montaña, en lo alto de la montaña, ahí, en un caserío. No sabe leer, tampoco sabe hablar. Un día le llaman para ir a un juicio y el hombre acude.La juez: “Abogado, pregúntele si mató o no a su hermano”. “Vale… ¿Tú has matado a tu hermano? ¿Sí o no?”. “No, no, no, no, no, no”. La jueza le mira desconcertada le dice al abogado “Pregúnteselo otra vez”. El abogado se lo repite, “¿Tú mataste a tu hermano? ¿Sí o no?”. “No, no, no, no, no”. La jueza mira con cara de sospecha: “Pregúnteselo otra vez”. “Vale, vale”, dice el abogado. “A ver, tu her-ma-no con un cuchillo ¡pum! ¿Sí o no?”. “No, no, no, no, no”. La jueza le mira intimidante y da un mazazo. “Queda libre”. El abogado lo mira extrañado. Y cuando los dos salen del juzgado le dice al sordo, que va con la txapela caminando, “Oye, tú, ¿has matado a tu hermano?”. “Matar de apuñalar, no; ¡pum! con la escopeta, sí”.